En mi experiencia, esto suele ocurrir en niños pequeños cuando algo o alguien les ha hecho sentir que las palabras o las acciones son “sucias” o “incorrectas” o que el niño se ha sentido avergonzado por los movimientos intestinales.
A menudo no por los padres, sino por “bien intencionadas” otras personas que tratan de ser “útiles”.