Si enmarca el asunto como tratar de “escapar del estrés” y “cómo obtener paz mental”, nunca lo resolverá. Ese tipo de pensamiento es el “yo como sobreviviente frágil”. Desde ese punto de vista, eres una cosa débil y pequeña, que luchas contra fuerzas poderosas que son vistas como amenazas, que constantemente intentas posicionarte para sobrevivir, que intentas evitar los bordes agudos de la vida, etc.
Lo que hay que ver es que esta interpretación de la realidad está ocurriendo entre tus oídos: no está conectada a la realidad objetiva, no es “la forma en que el mundo es”, es “la forma en que te ves a ti mismo en relación con el mundo”.
Tu propia mente es lo que configura ese marco, que ve el conjunto a través de esa lente. Esto es ‘cerebro de lagarto’: evolucionamos a partir de lagartos, que se preocupaban mucho por ser comidos, y se acostumbraron a buscar amenazas todo el tiempo. Es una forma estresante de vivir, pero sobrevivieron y nos transmitieron esos genes.
Pero un humano es un organismo mucho más adaptable y creativo que un lagarto. Tenemos la notable capacidad de trascender nuestros sesgos evolutivos. No tenemos que vernos como pequeños reptiles en un mundo hostil de depredadores. Tenemos la capacidad de meternos debajo del proyector en nuestra propia mente, la que pinta al mundo como grande y peligroso y a nosotros mismos como mansos y temerosos, podemos agacharnos y desconectar el enchufe.
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Cuando haces eso, la habitación se oscurece. Ya no sabes quién eres o qué es el mundo, pero en esa oscuridad, si enciendes una sola vela y te reconoces como la fuente de esa luz, puedes empezar a ver claramente y, dondequiera que vayas, encontrarás que eres capaz de localizar más velas … sigue compartiendo la llama.
Esa es una manera muy diferente de vivir que buscar refugio de una tormenta. La tormenta nunca termina, si se genera en tu propia cabeza, pero la luz de las velas también es infinitamente rica, siempre y cuando la compartas.