Mi hijo me preguntaba cosas como “¿de qué color es el verde?” O “¿cuánto tiempo es 15 minutos?” O “¿por qué las carreras se llaman carreras?”
Antes de que llegara mi hijo, yo era una de esas personas que dice “no hay tal cosa como una pregunta estúpida”. Estaba equivocado. Hay preguntas estúpidas. Hay muchas preguntas estúpidas. Me volvería loco con preguntas estúpidas.
Pero sé por qué él hizo todas esas preguntas estúpidas. Quería escuchar una de mis mejores respuestas. De vez en cuando, respondía a una pregunta que me permitía darle una respuesta que hizo su día.
Cuando le preguntó a otra gente “¿por qué llueve? Le dirían que es el llanto de los Ángeles o que hizo que Dios se entristeciera o algo así de estúpido. Cuando me pidió que me escuchara hablar sobre la condensación y evaporación y los frentes cálidos y frentes fríos y humedad. Utilicé palabras como “cumulonimbus” o “templado” o “sublimar”. Le pareció interesante y le gustó una respuesta real más que una respuesta barata. Puede que no haya entendido las respuestas que le di, pero le gustaban
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Él no sabía cómo hacer una pregunta que le diera buenas respuestas, así que le preguntó lo que viniera a su mente. Tuve que lidiar con todas estas preguntas. Me gustaron los como “¿por qué el cielo azul” es mucho más que “cuánto mide seis pies?”