La honestidad no es poética, ni bella, ni amable. No es simbólico y no es imaginativo. Es solo honestidad.
No se necesita más que un buen conjunto de agallas para decir la verdad, incluso en el peor de los casos. Ser honesto es la configuración predeterminada, y los valores predeterminados nunca son tan apreciados como deberían, incluso cuando son claramente la mejor opción.