Creo que lo contrario es una declaración más precisa: algunas personas son, por naturaleza, buenos oradores públicos. Aquellos que no lo son, generalmente son capaces de mejorar con el coaching. Muchas personas temen hablar en público, lo que sin duda obstaculiza su eficacia. Superar el miedo, o incluso los nervios, es un primer paso importante para muchos.
Algunas de las cosas que hacen que las personas sean oradores públicos efectivos:
- Una voz atractiva para hablar: algunos acentos regionales son atractivos, mientras que otros no lo son. La mayoría de las personas están bien conservando su acento regional, pero suavizando los bordes ásperos. Los oradores también tienen que aprender a modular sus voces. Muchos oradores, hombres y mujeres por igual, tienen una tendencia a la agudeza. Parafraseando a Shakespeare, la voz de un orador debe ser “suave, suave y baja” en su mayor parte.
- Los buenos oradores eliminan los manierismos molestos en su discurso: evitan el “hablar en voz alta” y la “fritura vocal”. No tienen vacilaciones molestas cuando buscan palabras, y no llenan los espacios con “me gusta”, “um”, “uh” y “ok”. Hablan con fluidez en oraciones bien formadas.
- Contacto visual: los ojos pegados a las notas o un teleprompter hacen que el habla sea deficiente. Los oradores deben hacer contacto visual con su público.
- Uso efectivo de las manos, la postura y el lenguaje corporal: las manos pueden agregar énfasis a lo que dice el orador, pero el orador no debe moverlas como si estuviera dirigiendo una sinfonía; Tampoco alguien debería pararse rígidamente. Si el orador parece cómodo, la audiencia estará cómoda.
- Autenticidad: los buenos oradores transmiten su emoción al público. No se muestran como sinceros. Demasiada preparación puede hacer que hasta el orador más sincero suene como un robot.
- Humor: los buenos oradores liberan la tensión, incluso en discursos serios, con fragmentos de humor. El humor mezquino es para los comediantes. Los oradores públicos deben ser amables y, por lo general, autocríticos.
- Dicción: los buenos oradores pueden ajustar su nivel de dicción para adaptarse a su audiencia. Saben cuándo sonar tontos y cuándo sonar folk. Saben cuándo apelar a las emociones con lenguaje enriquecido. Saben cuándo volver a marcarlo.