El orador piensa que deberías decir “Disculpe” por algo que acabas de hacer.
Por ejemplo: estás parado en un ascensor con otras cuatro personas. Te aferras a un pedo grande y húmedo, y es una carrera contra el tiempo. Por desgracia, el ascensor no se mueve lo suficientemente rápido, y te ves obligado a dejarlo ir en todo su esplendor matizado. Mientras que la gente detrás de ti se atraganta, gime y pasa comentarios como: “Oh, dulce Jesús”, la persona que está a tu lado podría muy bien decir: “¡Perdóname!” A lo que tu defensa natural es: “No me mires, amigo. Sabes que eras tú”.