¿Por qué los secretos pesan menos cuando los escondemos dentro de nuestros puños, dentro de las cámaras de los armarios o en el bolsillo de nuestra camiseta favorita? ¿Por qué te molesta cuando los entierras dentro de tu cabeza?
He conocido a muchas personas que poseen recuerdos de su pasado. Prefiero decir recordatorios porque la mayoría de las veces, los contextos que asocian las colecciones con ellos no son apreciables, aunque la necesidad de validar esas luchas es fuerte.
“Sobreviví ese día”, evidentemente visible en una nota de suicidio arrugada o en una fotografía que te perseguía durante años.
Recuerdos de un San Valentín perdido hace mucho tiempo impreso en las páginas; marchitas y escurridas en colores.
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Unas cuantas conchas marinas recogidas distraídamente mientras las olas arremetían contra la orilla haciéndote creer en un mañana mejor; todo de nuevo.
Una colilla de cigarro desde el día en que llegas a lo alto.
Hay algo acerca de estos pequeños tokens de las veces que desearías poder hacer una pausa. Viene con un tipo de felicidad que lo ayuda a respirar sin tropezar con la enfermedad para regresar y cambiar lo que tenía cuando tuvo ese momento.
Por el contrario, hay algunos de ellos que sobreviven días sin anhelo de mirar atrás. No recogen piezas del presente y las guardan en su caja de Pandora cuando prevén los ojos espeluznantes de la ansiedad en cada parte de los felices y tristes que han tenido. Lo que se hace se hace y se elimina con el polvo y la tolerancia cero a cualquier eco, suena muy heroico. De hecho lo es. Ocultar emociones y aislarse de cualquier referencia tangible que les recuerde el momento en que su corazón se sintió lleno o no es una batalla de la que nunca cuentan. Sí, cuando inviertes mucho tiempo en organizar y reorganizar el enigma que eres, no puedes decorar tu gabinete estético con las colecciones que pueden definirte.