Mi padre, Boyde Hood, estaba en un incendio cuando era niño, y como resultado, todos los dedos de su mano derecha fueron amputados desde el primer nudillo. Como terapia física, se le recomendó que practique su trompeta, porque tocar las válvulas era un buen ejercicio para sus pequeños dedos. A los 16 años, descubrió que sus dedos regordetes le permitían tocar más rápido y con más precisión que la mayoría de los trompetistas adultos, por lo que mintió acerca de su edad y se fue de gira con una gran banda. Hoy acaba de retirarse de tres décadas tocando la trompeta con la Filarmónica de Los Ángeles.
Cuando mi padre se encuentra con alguien por primera vez, extiende su mano derecha y le da un cordial saludo. Su mano, con los dedos que faltan, es solo una parte de quién es él, y no tiene vergüenza ni vergüenza al respecto. Simplemente “es lo que es”.
Entonces, en mi opinión, uno SIEMPRE debería ofrecer estrechar la mano de alguien, sin importar cómo se vea su mano. Creo que es muy improbable que la persona que no tiene los dedos lo encuentre grosero.
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